Historia de las tarjetas de Navidad

Hasta hace algunos años, era costumbre enviar y recibir tarjetas de Navidad con deseos como:

“Navidad, época de alegría, de dar y compartir”; “Recibe un cariñoso saludo en estas fiestas y mis mejores deseos”; “Hacemos votos porque está Navidad y Año Nuevo, sea de dicha y felicidad para ti y los tuyos”, las familias mandaban a imprimir en hermosas imágenes que llevaban connotaciones religiosas o escenas navideñas, con motivos o alimentos navideños, paisajes invernales.

Algunas eran lujosamente decoradas con orillas doradas, dibujos en relieve, elaboradas con diversos materiales, diseños, técnicas de impresión, acompañadas de leyendas y pensamientos.

Desde hace algunos años en nuestro país era una costumbre enviarlas a través del Servicio Postal Mexicano o entregarlas personalmente.

Esta vieja tradición popular que en México prevaleció durante décadas parece estar en peligro de extinción ante la llegada de las nuevas tecnologías, que permite que los mensajes navideños se envíen de manera electrónica ya sea por correo o a través de las redes sociales y muy pocas veces a través de las tarjetas navideñas.

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¿Quién las invento?

En 1843, el mismo año en que Charles Dickens  publicó su libro Cuento de Navidad, un aristócrata educador inglés llamado Henry Cole, hacía cada vez más amistades en el círculo de la élite victoriana y tenía muchos amigos.

Dada la costumbre de enviar cartas tanto por  Navidad como por Año Nuevo, Sir Cole estaba ansioso, ya que no veía la forma de cumplir con hacer llegar sus felicitaciones a todas las personas que conocía, más aparte realizar sus labores diarias.

Así que hizo uso de su ingenio y pidió a un amigo, el pintor y académico J.C. Horsley, que imprimiera copias de una ilustración suya de una típica escena familiar navideña en una pequeña cartulina que incluyera una felicitación genérica: «Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo»

Además, incluía una línea en blanco con un «De:» y otra con un «Para:». De esta manera nació la famosa tarjeta de Navidad

Ambos amigos no se quedaron ahí y decidieron que sería una buena idea venderlas, de tal manera que encargaron mil ejemplares, los cuales venderían por un chelín cada uno. Tras la idea llegó el negocio. 

Fuente: The British Postal Museum and Archives