Depresión y suicidio

Por Rocío González Galván

Los pensamientos suicidas es donde una persona piensa seriamente en quitarse la vida. Puede variar desde pensamientos fugaces hasta planificación detallada, e incluso intentos fallidos.

Es muy importante poder detectarlo a tiempo, ya que la persona tiene intenciones de quitarse la vida, por el motivo que sea.

Es la segunda causa de muerte en adolescentes por: Inmadurez emocional, física, psicológica y social.

De cada 10 intentos de suicidios, 7 son mujeres y 3 son hombres; de cada 10 consumados, 7 hombres lo lograron y 3 mujeres. Los hombres son más efectivos para suicidarse que las mujeres, pero las mujeres intentan más hacerlo.

El suicidio se vive más con vergüenza y en silencio.

“SEGURO QUE VAN A ESTAR MEJOR SIN MÍ”

Se vive entre dos emociones: Maniaco/Depresivo – Bipolar.

No es lo mismo a ME QUIERO MORIR/ ME QUIERO MATAR.

  • – No es Valiente ni cobarde… es Desesperanza. SIN JUICIO.
  • – Hay caminos y hay que buscarlos; buscar la Historia con alguien.
  • – Pesa más la Vida que la Muerte.

SENTIMIENTOS: Furia/Enojo/Dolor/Resentimiento/CULPA.

  • – No me lo hizo a mí – Se lo hizo a sí mismo. Sin embargo, la vida cambia de un ayer a un ahora.
  • – Decisión muy pensada, muy meditada y está muerto antes de quitarse la vida.
  • – Es fácil desconectarse de las emociones y de los adolescentes.

SEÑAS ó SÍNTOMAS:

  • – Ansiedad y/o Depresión.
  • – Hablar sobre querer suicidarse, desaparecer o autolesionarse- cutting.
  • – Aislarse, conductas antisociales; no querer ver amigos.
  • – Pasar de la euforia a la desazón en horas o días.
  • – Sentirse atrapado, volviéndose irascible, irritable.
  • – Consumo de alcohol ó drogas, corriendo riesgos innecesarios.
  • – Despedirse de sus seres queridos.
  • –  Desesperanza, con dificultad de tomar decisiones.
  • –  No sentir el más mínimo aprecio por la vida y poco interés por sus aficiones.
  • –  Cambia su rutina de alimentación y sueño.
  • – Acomoda cosas, ordena, se deshace de cosas, Avisa.
  • – Baja autoestima, culpabilidad y vergüenza de estar en un lugar.

La autoestima del individuo puede ser tan baja que sienta que su vida no tiene valor. O pueden sentir que el dolor emocional que están experimentando es demasiado para soportar y que morir sería más fácil. Algunos se culpan de alguna manera y pueden pensar que no quieren vivir.

  • – 80% de suicidios son largamente acariciados. Lo único intempestivo es el momento que se lleva a cabo.
  • – Es diferente pensar que comenzó con una ideación.
  • – ¡Cómo quisiera morirme! a ¡Cómo me quito la vida! y ¿Cómo le hago?
  • – Lo que queda a flote, es el AMOR.

EMOCIONES:

* Unión Familiar desde el NO entendimiento y la Duda.

  • – Mucho Enojo, Furia y mucha CULPA. 
  • – Miedo a hacer lo mismo.

La DEPRESIÓN no es un problema superficial, no basta dar consejos ni consolar a una persona que se sumerge, cada día que pasa, en un mar profundo de angustia y soledad del que le es imposible salir por ella misma, de ahí que es importante generar conciencia social para detectar y prevenir la fatídica decisión de terminar con la vida.

CONCLUSIONES:

  • – Pedir ayuda.
  • – Grupo de pares para acompañamiento con Suicidólogo.
  • – Moverse en el Amor, en el Respeto y Humildad.
  • – La persona que se suicidó… no pidió ayuda.
  • – Si lo dice… sí lo va a hacer.

– INSTITUTO PANAMERICANO DE SUICIDOLOGÍA.

La Dra. Elizabeth de los Rios de la Univ. Anáhuac le llama a la Depresión actual: LA OTRA PANDEMIA- EL GRITO SILENCIOSO.

Conforme avanzan los meses, aquello que los expertos en salud mental vaticinaban como efecto a largo plazo de la pandemia por coronavirus y el tiempo de confinamiento se está dejando ver cada vez de forma más alarmante. Me refiero a los altos índices de problemas mentales que acarrean, a su vez, consecuencias fatídicas como el suicidio. Esta, ahora, es la nueva pandemia que debemos afrontar y atender lo más rápido posible.

La depresión no es un problema superficial, no basta dar consejos ni consolar a una persona que se sumerge, cada día que pasa, en un mar profundo de angustia y soledad del que le es imposible salir por ella misma, de ahí que es importante generar conciencia social para detectar y prevenir que estos casos desemboquen en la fatídica decisión de terminar con la vida.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año ocurren cerca de un millón de suicidios, lo que representa a nivel mundial un 50% de las muertes violentas en hombres y un 71% en mujeres, siendo la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años de edad.

Los factores de riesgo son muy variados, pero entre ellos destaca el haber sido víctima de abuso y/o acoso sexual, de violencia física o psicológica.

El suicidio no es un acto irracional o instantáneo, generalmente conlleva un plan previo donde la persona valoró las opciones frente a su desesperación, por lo que las llamadas de auxilio o los signos de ideación suicida o bien de intento suicida deben ser prontamente atendidos y no minusvalorados, pues en ellos se encuentra la posibilidad de actuar con eficacia en la prevención del suicidio. Los estigmas sociales o prejuicios solo aumentan las posibilidades de cometer el acto, por lo que, más allá de juzgar, de lo que se trata es de acoger.

Como sociedad, tenemos la obligación de velar por los otros, de cuidar al otro y de acompañarlo. Cuidar de la salud también es atender aquellos problemas que aparentemente no son visibles, pero que nos van haciendo menos. No hay lugar para la indiferencia o para la ignorancia. El suicido no es un acto individual con consecuencias igualmente individuales, sino que repercute en los demás y, por ende, es un acto social que debe llevar a preguntarnos como sociedad ¿qué hicimos o no hicimos para que una persona se suicidara?

Estamos ante un problema de dimensiones mundiales, y si partimos de que todos estamos expuestos a padecer depresión y a que esta se convierta, poco a poco, en una ideación suicida que termine en un suicidio, entonces debemos comprometernos a velar por aquellos que, sabemos, se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad.

En esta pandemia los estragos sociales, económicos y sanitarios han aparecido estrepitosamente: las pérdidas de millones de empleos, la modificación drástica de estilos de vida que nos obliga al confinamiento, la reducción del contacto interpersonal, la ansiedad que nos provocan los medios de comunicación que propagan con facilidad el miedo y la desesperanza, la crisis económica que es más profunda de lo que imaginamos, etcétera. Un sin fin de escenarios desoladores pueden exponernos más a un deseo incontenible de ponerle fin a todo.

Es muy importante entender que la persona con depresión puede, incluso, no manifestarlo. Nuestras formas tradicionales de entender esta enfermedad nos llevan a minimizar su impacto o bien a creer que, para ser tal, se tienen que expresar signos claros de tristeza, aislamiento, desgana, llanto, etcétera. La persona con depresión no siempre manifestará estos signos y, menos aún, tendrá control sobre ellos cuando empiecen a surgir. Es como una avalancha en la que de pronto la persona se ve expuesta sin posibilidad de desenterrarse. Por esto no podemos seguir pensando que las personas buscarán ayuda cuando lo necesiten.

La salud mental requiere del esfuerzo de todos como sociedad, estar atentos a factores de riesgo y a condiciones que, en esta crisis mundial, expongan más a algunos por encima de otros. Vigilar y monitorear palabras, gestos, conductas y pensamientos de las personas que sabemos están en mayor riesgo es y debe ser tarea de todos. Una vida humana no puede, nunca, ser despreciada y merece todos los esfuerzos por protegerla y sostenerla.

La salud mental y la prevención del suicidio es un acto de corresponsabilidad entre todos y lo es hoy, más que nunca.