Esposa de Robin Williams narra la verdad sobre la muerte del actor
  • Su amor duró siete años. Pero los problemas empezaron poco después de la boda: de pronto, el comportamiento de Williams cambió. Un día le dijo a Susan: «Algo dentro de mí funciona terriblemente mal». Robin se quitó la vida el 11 de agosto de 2014 a los 63 años tras sufrir depresión, paranoias, temblores… Su viuda Susan Williams lo cuenta en primera persona.

“Conocí a Robin Williams en la Apple Store de Corte Madera, California, en octubre de 2007. Mientras me dirigía a la parte de atrás de la tienda, vi a una persona vestida con ropas de camuflaje, con gorra y gafas de sol. Estaba mirándome con una amplia sonrisa. Le devolví la sonrisa y seguí. Hice mis compras y, al salir, miré de nuevo al hombre con las prendas de camuflaje. Intercambiamos sonrisas otra vez. Algo en mi interior me animó a saludarlo”.

– ¿Cómo te va con ese camuflaje? pregunté.

– No muy bien-, respondió.

– Vaya, pues lo siento.

– No lo sientas. Me ha encontrado.

Fuimos andando juntos por el centro comercial, hablando durante unos 15 minutos. Descubrimos que los dos estábamos recuperándonos del alcoholismo y la adicción a las drogas. Él llevaba 20 años sin beber, pero había tenido que someterse a un programa de desintoxicación. Ahora estaba siguiendo el programa de los 12 pasos con un mentor y asistiendo a reuniones de grupo. Le hablé de otro grupo local al que yo iba los martes. Cuando le confesé que llevaba 23 años sin beber una sola gota, se quedó impresionado. Varias veces me dijo que mi cara le sonaba. Le dije que la suya también, lo que no era raro porque sus películas estaban por todas partes.

Un pasado de alcohol y antidepresivos

“El grupo donde seguía el programa de los 12 pasos se convirtió en nuestro lugar de encuentro semanal. Robin no tenía reparos en relatar sus vivencias y me ayudaba cuando yo contaba las mías. Tenía un mentor y él a su vez hacía de mentor de otra persona. Cuando murió, Robin era abstemio, no tomaba psicotrópicos y llevaba ocho años sin hacerlo”.

Durante los primeros meses de nuestra relación, me explicó que tenía un historial de depresión. Había tomado tales cantidades del antidepresivo venlafaxina como para euforizar a una manada de elefantes. Habló con una psiquiatra para que lo ayudara a dejar el fármaco. Durante los siguientes seis años no tomó antidepresivos. En esa época llegué a conocer bien los estados de ánimo de Robin. Su trabajo le generaba ansiedad. Siempre decía que «eres tan bueno como tu último papel».

La boda y una confesión

Nos casamos el 22 de octubre de 2011. Un año más tarde, la conducta de Robin empezó a cambiar. Ahora entiendo que estaba empezando a dar mayores muestras de miedo y ansiedad que de costumbre. Pasaba menos tiempo charlando con los demás actores entre bastidores. Le resultaba más difícil liberarse de sus temores, por lo general centrados en sus interacciones con los otros.

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Robin y Susan se casaron en 2011

Hacia octubre de 2013, en su vida privada y sin que la opinión pública lo supiera, empezaron a aparecer síntomas de toda clase: estreñimiento, dificultad urinaria, acidez de estómago, problemas de visión, insomnio, paranoia, reducción en la capacidad olfativa, ansiedad, fluctuaciones cognitivas, problemas para expresarse, temblores en la mano izquierda, andares torpes, inexpresividad en el rostro, debilidad en la voz, depresión, problemas de memoria, ideas delirantes…

Hace poco, al hablar con uno de los médicos que examinaron el historial clínico de Robin, llegamos a la conclusión de que seguramente también sufría alucinaciones, aunque nunca se lo dijo a nadie.

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 Robin y Susan paseando por California en febrero de 2014. Él se quitó la vida en agosto, tras padecer durante años depresión, paranoias y párkinson. Cuando murió, tenía 63 años.

Empezaron las paranoias

Poco antes del final del rodaje de la teleserie The crazy ones, Robin vino a casa a descansar un poco. Corría febrero de 2014. Teníamos previsto ir a la fiesta de cumpleaños de un amigo, pero le resultaba imposible. Con el rostro bañado en lágrimas, me dijo: «Hay algo dentro de mí que funciona terriblemente mal».

«Estaba harto de la paranoia, de los delirios. Una parte de él era consciente de que todo aquello era irracional, pero no podía controlarlo»

Dos meses más tarde, Robin sufrió un ataque de pánico. Estaba en Vancouver en un rodaje. Tenía problemas para recordar una frase del diálogo. Estamos hablando de un intérprete genial que, tres años atrás, se enfrentaba a dos representaciones teatrales diarias sin ningún problema. Me dijo que lo que necesitaba era «un reformateado completo de mi cerebro». Estaba harto de todo: de la ansiedad, de las presiones, de los miedos. Parecía como si una parte de él fuera consciente de que todo aquello era irracional, pero era incapaz de controlarlo. Con la voz rota, me dijo: «Lo único que quiero es volver a casa».

Cuando finalmente regresó, dos semanas después, su llegada se convirtió en un Boeing 747 tomando tierra sin tren de aterrizaje. Días más tarde, fuimos a la cena de cumpleaños de un buen amigo, el humorista Mort Sahl. De vuelta en casa, Robin fue presa de una paranoia incesante. Estaba convencido de que Mort se encontraba en peligro. Tuvimos que hacerle frente a su impulso de conducir hasta la casa de Mort para ver cómo se encontraba.

Seguimos con las rutinarias visitas a los médicos. Los especialistas analizaron sus ganglios linfáticos. Le hicieron un escaneado cerebralpara detectar un posible tumor de la glándula pituitaria. Un cardiólogo le examinó el corazón. Todas las pruebas dieron negativo, con la salvedad de unos altos niveles de hidrocortisona, indicador del estrés. Llegamos a la conclusión de que, si el problema no era de orden fisiológico, había que aceptar que era de tipo mental.

El 28 de mayo, los médicos le diagnosticaron la enfermedad de Parkinson. Nos explicaron que muchas personas tienen párkinson y llevan unas vidas perfectamente normales una vez que se han acostumbrado a la medicación. Pero había algo que seguía sin encajar.

Por las noches, Robin se agitaba en la cama. Ya no podíamos dormir abrazados. Si teníamos suerte, descansábamos un par de horas, hasta que empezaba a revolverse otra vez y terminaba por levantarse. Lo normal era que permaneciese despierto y con ganas de hablar. Sufría miedos o paranoias, sobre los que conversábamos largo rato hasta que se calmaba un poco.

La prensa: «Robin se ha vuelto loco»

En junio ingresó en el Dan Anderson Renewal Center, en Minnesota, un centro especializado en personas que han dejado las drogas y el alcohol pero siguen en recuperación. Robin se dedicó a la meditación y al yoga.

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Con dos de sus hijosRobin Williams tenía tres hijos de sus dos primeros matrimonios; Susan, dos por su parte. Ella mantuvo un pleito con los hijos de Robin por los bienes del actor

La ansiedad repuntó cuando la prensa sensacionalista empezó a decir que había perdido la ‘chaveta’Se sintió herido, por decirlo finamente. Pero no, no voy a decirlo finamente: esa ansiedad lo consumió por dentro y dio paso a otro arrebato de paranoia repetitiva.

Cuando volvió a casa, me sentí muy feliz al verlo otra vez entusiasmado con las cosas. A pesar de su enfermedad, el verano transcurrió feliz: recorridos en bici, barbacoas, cenas con familiares y amigos, meditación, yoga… Así fue todo, hasta que de pronto se dieron varios síntomas a la vez.

Se quedaba paralizado

La mañana del 24 de julio, yo estaba en la ducha. Vi que Robin tenía la mirada fija en el espejo. En la cabeza tenía un corte profundo. Había mucha sangre, y eso que yo tan solo había estado unos momentos en la ducha.

-«¿Qué ha pasado? ¿Cómo te has hecho eso?».

No parecía tener ganas de responderme. Robin señaló la puerta del cuarto de baño.

-«¿Te has dado en la cabeza?». Asintió.

-«¿Te has dado un cabezazo contra la puerta?».

No respondió. Señaló el punto donde se había dado contra la puerta. La madera estaba abollada. Cuando volví a preguntarle por qué había hecho algo así, se limitó a decir: «He calculado mal».

Estaba aterrorizada. No sé qué me daba más miedo: lo que acababa de hacerse a sí mismo o que no pareciera darle mayor importancia. Su rostro era inexpresivo.

«Sangraba de la cabeza. No sé qué me daba más miedo: lo que acababa de hacerse a sí mismo o el hecho de que no pareciera darle importancia»

Robin se sentía rabioso consigo mismo, por la paranoia y los miedos incontrolables, que, por ejemplo, lo llevaban a entrar en una habitación y quedarse paralizado. Estaba harto de ser incapaz de hablar o moverse durante unos segundos. En los momentos de lucidez, me decía que no encontraba forma de escapar de la cárcel de sus pensamientos delirantes. Fuimos a ver a su psiquiatra, quien indicó que necesitaba un análisis neurocognitivo. Tendría que ingresar en un centro clínico. Ellos buscarían el adecuado para Robin. Era fundamental salvaguardar su privacidad.

Noches sin dormir

La mañana del domingo 3 de agosto me sentía muy angustiada tras haber pasado la mayor parte de la noche con Robin. Yo apenas había podido dormir una hora y Robin no había pegado ojo. Sentada a su lado en la mesa del desayuno, llamé a su secretaria y le pedí que avisara al médico. Necesitábamos ayuda.

Sentado a la mesa, Robin apenas respondía. Estaba sumido en la oscuridad más profunda. Uno de sus psiquiatras llamó a los pocos minutos. Llorando por la impotencia, le expliqué: «Siento como si mi marido se desintegrara ante mis ojos, sin que yo pueda hacer nada».

Lo primero era manejarse con el insomnio. Los dos estábamos agotados. El médico sugirió que durmiéramos en habitaciones separadas una semana. Robin fue a ver al médico el martes. Al volver a casa, se mostró disgustado ante la perspectiva de someterse al análisis neurocognitivo, pero la semana transcurrió sin demasiadas incidencias. Hicimos lo posible por llevar una vida normal.

El sábado 9 de agosto pasamos un día maravilloso juntos. Almorzamos en el jardín. Por la tarde hicimos el amor y luego dormimos una siesta. Después fuimos a la exposición de una amiga artista y, más tarde, al cine. Cenamos en casa, sacamos a pasear al perro, estuvimos leyendo y charlando en la cama. Llegada la hora de dormir, me dio un masaje en los pies antes de irse a la otra habitación a descansar.

«Ese recuerdo me rompe el corazón»

El domingo transcurrió con normalidad. Robin se marchó a reunirse con su nuevo mentor, y yo me quedé en casa pintando un cuadro. A última hora de la tarde estuvimos conversando. Recuerdo que parecía caminar con algo más de dinamismo. Hacía tiempo que no lo veía con aspecto de estar mejorando.

Serían casi las diez de la noche y me preparé para acostarme. Se ofreció a hacerme otro masaje en los pies, pero le dije: «No, esta noche no hace falta. Pero muchas gracias». Me miró con cierta tristeza, y el recuerdo hoy me rompe el corazón.

Como siempre, nos despedimos diciéndonos: «Buenas noches, amor mío». De pronto reapareció y fue a su despacho. Salió con el iPad en la mano y tuve la impresión de que estaba interesado en leer algo.

-«Buenas noches», me dijo esta vez.

-«Buenas noches», respondí.

Llegó el lunes 11 de agosto de 2014

Empecé el día con tranquilidad. Me alegraba de que Robin por fin fuera capaz de dormir un poco. Estaba esperando a que se levantara, para meditar un rato a su lado. Cuando vi su puerta cerrada pensé, ‘Dios mío, ¡está durmiendo! Es muy buena señal. Me quedé en la sala tanto tiempo como pude, esperando a que saliera de la habitación, pero tenía una reunión. La secretaria de Robin se presentó y me preguntó qué tal había ido el fin de semana: «Creo que mi marido está mejorando», dije.

Ahora sé que Robin ese fin de semana seguía siendo presa de miedos, ideas delirantes y paranoia, pero ya no me lo decía. En su lugar llamaba por teléfono o enviaba mensajes en secreto a otras personas, para aislarme de sus problemas mentales.

Su secretaria se ofreció a prepararle el desayuno cuando se levantara. Me fui, pero al cabo de 45 minutos me llegó un mensaje diciendo que todavía no había salido de su cuarto. Supe que algo terrible sucedía. Di media vuelta con el coche y volví a casa. Estaba muerto.

Fue encontrado sentado, con un cinturón alrededor de su cuello, en el otro el extremo el cinturón estaba atado a la puerta y al marco de un armario. En la parte interior de su muñeca izquierda, mostraba pequeñas cortadas, y una navaja de bolsillo con sangre cerca de él.

Después de que se marcharan los servicios de urgencia, me quedé un momento a solas con él en la habitación. Sin comprender, pero a la vez comprendiéndolo todo perfectamente. Comencé a hablar: «Robin, no estoy furiosa contigo. No te culpo en absoluto. En absoluto. Luchaste y siempre fuiste muy valeroso. Que sepas que te quiero, con todo mi corazón». Le acaricié el pelo y le di un beso en la frente para desearle buenas noches«.

El diagnóstico: la hora de la verdad

Cuatro meses después hablé con el alguacil Harris, el sargento Boyd y el médico forense Cohen, del departamento del sheriff del condado de Marin, quienes me mostraron el informe forense definitivo. Según me explicaron, además de sufrir párkinson, Robin era víctima de una forma difusa y no diagnosticada de la demencia de Lewy, como atestiguaban todas las áreas de su cerebro. Sin saber qué era aquello de la enfermedad de Lewy, me informaron de que algo había invadido hasta el último rincón del cerebro de mi marido. Mi respuesta fue: «Lo que me dicen no me sorprende en absoluto».

«Cuatro meses después de su muerte, los forenses me explicaron que, además de párkinson, Robin sufría la enfermedad de Lewy»

Hoy tengo claro que sus angustias y problemas mentales eran producto de la enfermedad de Lewy. Fue la razón por la que aquella noche se pegó con la cabeza contra la puerta del baño, pues uno de los síntomas es la disminución de la capacidad visual y espacial, lo que a veces lleva a la mala identificación de los objetos. Ahora sé que la medicación antipsicótica puede empeorar la situación de estos enfermos.

Sabemos que hay más de 1,3 millón de personas afectadas por la dolencia. Sin embargo, las cifras son aproximadas, y hasta el momento no se ha encontrado una cura. Desde que me informaron, he enviado copias del historial médico, de los escáneres cerebrales y del informe forense de Robin a cuatro médicos a fin de entenderlo todo un poco mejor. La de Robin fue una de las peores patologías que han visto. Según explica un especialista: «Su situación era comparable a la de una persona que tuviera cáncer en cada uno de los órganos de su cuerpo».

Nadie hubiera podido hacer más. Los informes médicos lo dejan claro. Lo vivido me deja una cosa clara: cada médico, psiquiatra, especialista y curandero que trató a Robin lo hizo lo mejor posible. El problema fue que nadie interpretó sus síntomas de la forma correcta. Robin estaba perdiendo la cabeza. Lo sabía, pero no el porqué, y no pudo hacer nada.

Vía El Norte de Castilla

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