Se estima que 828 millones de personas en el mundo sufren de subalimentación crónica, 50 millones más que en 2019. Cada día, la crisis de seguridad alimentaria a nivel mundial se agrava por las secuelas del coronavirus, la guerra en Ucrania y la emergencia climática.
Aunado a ello, el aumento en el costo de los procesos de producción, distribución y transporte de los alimentos, así como de los productos de la canasta básica, complica el acceso a una alimentación digna.
La IBERO Puebla celebró un conversatorio con motivo del Día Mundial de la Alimentación en el que se exploraron los costos reales de una alimentación equilibrada y cómo se hace frente a los modelos capitalistas de cultivo.
El precio del plato
La canasta básica se creó para ofrecer parámetros que permitan crear políticas públicas y medir los índices de inflación y los umbrales de pobreza. Los valores que han sumado diferentes organismos especializados han permitido convertirla en una herramienta para defender el derecho humano a la alimentación.
El Observatorio de Salarios de la IBERO Puebla ha desarrollado una propuesta de Canasta Integral Normativa Alimentaria (CINA), en la que se ha incorporado no solo el costo de los comestibles, sino todos los elementos que entran en juego en los procesos de alimentación.
Explicó Miguel Calderón Chelius, responsable del observatorio: “El consumo de los pobres es una adaptación a la pobreza. Los pobres van a adaptar sus alimentos, y todo lo demás, a la carencia”. La visión holística de la CINA interpreta la alimentación como una vía para el bienestar, por lo que se integra, entre otros factores, la dignidad, los procesos de cocción y conservación, las costumbres y la variedad de productos.
Desde el Observatorio de Salarios se han propuesto hasta 144 canastas para diferentes perfiles con base en la edad, sexo, ocupación y hábitos diarios. Entre los hallazgos más relevantes durante la construcción de la CINA destaca que las canastas convencionales no contemplan las dinámicas de vida reales, como las comidas fuera de casa y los remanentes al cocinar.
“No podemos pensar que las personas comen con 20 pesos porque una dieta así no es digna ni equilibrada”: Miguel Calderón.
Luego de un estudio realizado en las cuatro urbes principales del país, se determinó que, en 2021, la canasta básica para el hogar promedio en Puebla tenía un costo de 288 pesos diarios. Un hombre poblano de 18 años (la canasta más cara) tendría que pagar 95 pesos al día. Es decir, se necesitan dos salarios mínimos para cubrir los costos alimentarios de un hogar promedio.
Entre los pendientes para el Observatorio, Calderón Chelius identificó la necesidad de construir canastas para todos los estados, con diferenciación para las zonas rurales y comunitarias. Al mismo tiempo, señaló la importancia de constituir una CINA con menor impacto ambiental.
Del campo a la mesa
México es uno de los países que más utiliza insumos químicos prohibidos en los campos de cultivo. Hasta 23 materiales nocivos para la salud llegan hasta los platos de las personas a través de los supermercados, mismos que abastecen las alacenas de seis de cada diez personas.
Puebla es el tercer estado más pobre del país; la capital es la quinta ciudad con mayor número de personas en situación de pobreza. Los abusos en los sistemas de cultivo industrializados no solo tienen altos costos ambientales, sino que vulneran la economía de las familias productoras y condicionan los hábitos alimenticios de toda la población.
Rocío García Bustamante, catedrática de la IBERO Puebla, calificó este fenómeno como una “colonización de los paladares”. Desde su mirada, las grandes industrias han dictado las formas de obtener y consumir alimentos. Las técnicas agroecológicas se convierten así en una alternativa para rescatar los saberes ancestrales de la depredación provocada por las actividades industriales.
No todas las propuestas alternativas resultan viables. Sobre la agricultura orgánica, expuso: “El capitalismo toma lo que no tiene químicos y lo vende porque entiende que hay un buen nicho de mercado, pero sigue teniendo la misma lógica de distribución y monocultivo”.
Este tipo de productos, agregó, son elitistas porque su venta se da en sitios especializados y a altos costos.
La agroecología no solo renuncia a las prácticas de siembra con tóxicos, sino que recurre a maneras sustentables de cultivo y concilia los saberes ancestrales con la ciencia. Según la experta, es un movimiento social, liderado principalmente por mujeres, que busca transformar la forma de vida de productores y consumidores.
García Bustamante llamó a ampliar los espacios de distribución para fortalecer las economías sociales. Si bien reconoció que no todas las personas tienen acceso a alimentos agroecológicos, invitó al público a realizar un consumo consciente y comprometido. “Como consumidores de alimentos, debemos pensar en nuestros hábitos. Extraer recursos es inevitable, pero eso tiene implicaciones, sociales, políticas, ambientales y económicas”.