Dice una antigua plegaria hebrea:
“Que tus despertares te despierten. Y que, al despertarte, el día que comienza te entusiasme. Y que jamás se transformen en rutinarios los rayos del sol que se filtran por tu ventana en cada nuevo amanecer.
Y que tengas la lucidez de concentrarte y de rescatar lo más positivo de cada persona que se cruza en tu camino.
Y que no te olvides de saborear la comida, detenidamente, aunque solo sea pan y agua.
Y de encontrar algún momento en el día, aunque sea corto y breve, para elevar tu mirada hacia lo alto y agradecer por el milagro de la salud, ese misterio y fanástico equilibrio interno.
Y que logres expresar el amor que sientes por tus seres queridos.
Y que tus abrazos, abracen. Y que tus besos, besen.
Y que los atardeceres no dejen de sorprenderte, y que nunca dejes de maravillarte.
Y que llegues cansada/o y satisfecho/a al anochecer por la tarea realizada durante el día. Y que tu sueño sea calmo, reparador y sin sobresaltos.
Y que no confundas tu trabajo con la vida, ni tampoco el valor de las cosas con su precio. Y que no te creas más que nadie porque solo los ignorantes desconocen que no somos más que polvo y ceniza.
Y que no te olvides, ni por un instante que cada segundo de la vida es un regalo, un obsequio, y que, si fuéramos realmente valientes, bailaríamos y cantaríamos de alegría al tomar conciencia de ello.
Como un pequeñísimo homenaje al misterio de la vida que nos abraza y nos bendice “.
¡Esta vida se está yendo muy rápido!
Esta participación quiero dedicarlo a todas las personas que se nos han adelantado de este mundo: a nuestros abuelitos, tíos o algún otro pariente de edad avanzada que descansan en paz, pero también a nuestros papás, hermanos, amigos, vecinos o conocidos fueron llamados a la presencia de Dios sobre todo ante esta pandemia.
Aunque no hay palabras que se puedan decir ante pérdidas tan lamentables como éstas, las vidas de estas personas nos dejan una gran enseñanza sobre la tierra y la más importante de todas es “el tiempo”.
El hecho de reconocer que nadie sabemos el día ni la hora en que nos toque a nosotros estar en la presencia de Dios …. pienso yo, que mientras tengamos vida, debemos tratar de valorar cada instante que nos toca vivir.
¡Esta vida se está yendo muy rápido! Quizás te pase como a mí, parece que fue ayer cuando comencé mi trabajo. Y pasa cada cosa en un abrir y cerrar de ojos.
Muchas veces desperdiciamos nuestros preciados días estando enojados por situaciones tan tontas que tienen pronta solución, peleando con quien se nos cruza en el camino, criticando a diestra y siniestra, quejándonos por todo, dedicándole mucho tiempo a actividades tan vanas o poco productivas en lugar de fijarnos metas y utilizar nuestro tiempo para hacer cosas que nos traigan algún beneficio y nos hagan crecer y aprender algo nuevo diariamente,
¡hay tantas cosas nuevas que aprender!
Perdemos nuestras tardes haciendo cuentas e ignoramos a nuestros pequeños que están a la espera de una mirada, de una sonrisa, de una caricia por parte de nosotros. O en otros casos, nos empeñamos en querer ahorrar el dinero que ganamos y claro, ¡hay que saber organizar nuestras finanzas!…
Pero también disfrutar ocasionalmente de paseos, viajes y conocer nuevos lugares. Permítete tener a tus mascotas más cerca de ti. No te pongas a guardar las cosas para utilizarlas “solamente en un momento especial”
¡Cada día es un momento especial!
Hemos venido a esta vida a ser más que felices: si en tu relación de noviazgo no sientes la confianza, el amor pleno, la felicidad, la libertad, la protección y el cariño, créeme, que estás mucho mejor por tu cuenta que con compañías que no le traigan bien a tu vida.
Y si en tu matrimonio sientes que estás perdiendo la paciencia, la buena comunicación, la tolerancia, ¿por qué no volver al amor del principio?, dedicar una o muchas tardes para rememorar los momentos en que fue surgiendo el amor y todo lo que han vivido juntos hasta regresar las risas perdidas, el cariño y el afecto de un inicio.
Está vida está llena de ocupaciones, y cuanto más crecemos más va siendo así, pero a pesar de ello quiero preguntarte:
¿cuándo fue la última vez que le llamaste a alguno de tus grandes amigos?, ¿cuándo se vieron por última vez?,
¿cuántas veces han aplazado esa salida al café para platicar de sus vidas actuales?,
¿Por qué no llamar ahora?,
¿Por qué guardar rencores?,
¿Por qué no perdonar ahora?,
¿Por qué no orar ahora en lugar de esperarnos hasta la hora de irnos a dormir?
La espera es muy larga si aguardamos hasta Navidad, hasta que sea viernes, hasta el próximo año, hasta que tenga dinero, hasta que me llegue el amor.
La oportunidad la tenemos día con día, 24 horas que Dios nos regala diariamente para hacer nuestro paso por la tierra un lugar mejor, un lugar más agradable, un lugar más necesitado de nuestras sonrisas con las cuáles podamos predicar del gran amor de Él.
Amar más, perdonar más, abrazar más, vivir más intensamente y dejar el resto en las manos de Dios……. y cuando nos mande llamar a su presencia eterna, saber que supimos disfrutar de este gran regalo de la vida en su totalidad.
Y que mejor que seguir el consejo directamente de la Palabra de Dios que nos dice en Eclesiastés 3, 1-8.
Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar,
y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras,
y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse,
y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar,
y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar,
y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar,
y un tiempo para coser;
un tiempo para callar,
y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar,
y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la paz.”