Carlos Ortíz Rosas.
Acepta los errores para crecer y madurar con responsabilidad.
¡Porque la verdad duele!, y porque a nadie le gusta reconocer y aceptar los propios defectos.
Se necesita madurez para aceptar que todo ser humano es imperfecto… pero perfectible.
Pero además de no ser agradable que nos hagan ver nuestros errores y de que tengamos que aceptarlos, es porque nos falta madurez para lograrlo.
Aceptar la verdad es el principio del cambio y de la madurez.
Pero también hay otros factores muy importantes que debemos considerar y se llaman egoísmo y soberbia; para aceptar nuestros errores y limitaciones debemos pensar no sólo en nosotros mismos y ser humildes. La humildad nos llevará a la sabiduría (sensatez, experiencia, prudencia o acierto), cualidades de sabio.
Soberbia: Es una estima desordenada de sí mismo, que hace que considere uno superior a los demás y quiera elevarse por encima de ellos. Los efectos de la soberbia son: 1º el orgullo procura hacer ostentación de las cualidades que cree uno tener, 2º se cree capaz de todo, y esta es la presunción; 3º se quiere aparecer mejor de lo que es, y se desprecia a sus iguales o a sus inferiores.
Lo opuesto la Soberbia es la Humildad .
Sólo reconociendo y aceptando nuestras limitaciones e imperfecciones, errores, actitudes y comportamiento aprenderemos a superarlas y a ser mejores, porque si negamos la verdad continuamente sólo estaremos siendo hipócritas y falsos, amargados e inmaduros, sintiéndonos ofendidos y víctimas toda la vida.
Debemos caer (cometer fallas), para aprender a levantarnos (es estar dispuestos a superarlas).
Supuestamente, aceptar la verdad, no hace sentir insignificantes o inferiores a los demás, cuando en realidad aceptar los propios errores y corregirlos nos hace personas valiosas, maduras, superiores a nosotros mismos, verdaderos, auténticas y responsables.
Tenemos que ser responsables y seguros de sí mismos, la responsabilidad “es el cargo u obligación moral que resulta para uno del posible yerro en cosa o asunto determinado. Supone el asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Ser responsable implica tener que rendir cuentas, no solo aguantar las consecuencias de la propia actuación.
Una gran contradicción que debemos considerar es que: repudiamos la mentira, pero tampoco no agrada que alguien nos hable con la verdad. Sólo nosotros queremos tener “nuestra razón” y “nuestra verdad” a conveniencia personal, como si hubiera muchas razones y muchas verdades individuales.
Pero tenemos una enorme incoherencia, tenemos el “derecho” de decir y corregir los errores ajenos, pero ¡nadie! Tiene derecho a mencionarnos al menos uno de nuestros errores porque nos lastima y nos ofende esa actitud sobre manera con el riesgo de romper toda relación.
Quien de manera respetuosa y filantrópica y viendo con profundo interés sobre todo nuestra superación nos hace ver nuestros errores, deberemos agradecerle profundamente por hablarnos con la verdad, preocupado por nuestro bien porque su actitud refleja la bondad, generosidad y bondad que lleva en el corazón y desea compartirnos para que nosotros hagamos lo mismo con los demás.
Si alguien te dice tus errores con el afán de ofenderte, provocarte o incitarte a la violencia y a la ira… simplemente ignóralo, no entres en su juego, agradécele, y el fastidio lo hará alejarse de ti.
Desde la niñez, enseñemos a nuestros hijos a aceptar los errores como una oportunidad de crecimiento y de ser mejores cada día. De ser mejores seres humanos, mejores personas.
Si alguien piensa diferente a ti, acéptalo y respétale…todos pensamos diferente. No siempre estaremos de acuerdo en el mismo tema.
No te hagas la vida imposible, acepta los errores para crecer y madurar con responsabilidad. Da tu opinión a quien la quiera, pero ante todo con respeto. Hablar con sinceridad te dará pocos amigos, pero siempre serán los mejores para ti.
Que el principal objetivo en la vida sea vivir en la verdad y la superación personal y no en las apariencias de lo que parece poseer una persona pero que en realidad no es lo que aparenta.
No todos los que conviven con nosotros tienen que soportar nuestros defectos que les causen daño, pero nosotros sí tenemos que ofrecer ser mejores por nuestro propio bien y de los que nos rodean.
Por: Francisco Mario Morales | Fuente: Catholic.net