Katia Aguirre
Desde las primeras horas del día, la Calzada de los Fuertes comenzó a llenarse de fe y oraciones. Este Viernes Santo se llevó a cabo el tradicional recorrido de las siete capillas del Viacrucis, una costumbre profundamente arraigada en la comunidad poblana, que año con año convoca a miles de fieles a caminar con devoción.
A partir de las 5 de la mañana, la capillas del Calvario abrieron sus puertas que permanecerán abiertas hasta las 10 de la noche.
El recorrido de las siete capillas es el corazón espiritual de esta jornada. Cada una representa un momento clave del Viacrucis, y al caminar entre ellas, los fieles reviven los últimos pasos de Jesús antes de llegar al Calvario.
Muchos lo hacen en silencio, otros rezan, otros más se detienen a contemplar las imágenes dentro de las capillas. Es un ascenso no solo físico, sino simbólico: un acto de devoción que, año con año, sigue marcando el pulso de esta tradición poblana.

una amplia oferta gastronómica
Aunque al inicio del día la afluencia fue moderada y ordenada, se espera que el flujo de visitantes supere las 10 mil personas, especialmente durante la tarde, cuando las celebraciones del Calvario coincidan con la gran procesión del Centro Histórico.
El recorrido comienza a la altura del estadio Zaragoza, unos metros adelante de Casa Puebla. Desde ahí, lo religioso se entreteje con el ambiente familiar .
Los primeros puestos ya anunciaban el ambiente festivo con música de fondo y una amplia oferta gastronómica: desde el pan de feria y las cemitas, hasta los llamativos pitufos y Rusas, bebidas coloridas que combinan sabores energéticos con refresco y hielos, eso sí, sin alcohol entre su mezcla.
Los puestos de antojitos no se quedan atrás: memelas, chalupas, tacos dorados, mole de panza, cecina y los clásicos filetes empanizados asicomo los cócteles de camarón que honran la vigilia.
No faltan tampoco las tlayudas, el sushi, la barbacoa y hasta hotdogs, porque en este lugar la fe convive con el paladar.
Mientras que el calor de los 25 grados se mitiga con aguas frescas, cocos y piñas preparadas. Se venden sombrillas, hamacas, gafas de sol y gorras. Y, por supuesto, también hay espacio para lo espiritual: cuadros de la Última Cena, estampas religiosas, rosarios y veladoras.
El “llévele, llévele” se mezcla con la música de fondo. Hay ropa para todas las edades, con ofertas de 3×100, bisutería, juguetes y dulces típicos como muéganos, palanquetas y alegrías.
La seguridad se mantiene presente a lo largo de la calzada, con la vigilancia de elementos policiales y de apoyo médico por parte de la Cruz Roja y SUMA.
Mientras tanto, los juegos mecánicos ya casi están instalados por completo, listos para recibir a los más pequeños y a los no tanto con juegos más extremos.
Familias completas caminan entre capilla y capilla, muchas de ellas con expresión recogida y otras con sonrisa en el rostro, disfrutando del ambiente que se crea sólo una vez al año. Porque este recorrido no es sólo un acto de fe, sino también una memoria viva de tradición, identidad y encuentro.
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